Con los años empujando su salud hacia el descalabro, la soledad haciéndole compañía y una cárcel de hielo truncado su libertad, escribió DON FECUNDO, estas líneas desde su exilio político y económico en un estado de los Estados Unidos de Norte América, el estado de “Nueva Yérsey”. Las escribió después de su muerte política, no sé si como tributo a sus disparates de juventud, no sé si en arrepentimiento de lo que una vez creyó que fueron buenas decisiones, tampoco se sabe si a su carácter explosivo e impulsivo de entonces. Una cosa es muy cierta, escribió don Fecundo, “de yo haber sido la mitad de lo malo que dicen que fui, hoy yo fuera una réplica del demonio. Más de haber sido la mitad de lo bueno que siempre he creído ser, el papa me canonizaría, pues tendría que ser declarado santo”. En algo siempre tuvieron razón los detractores políticos de don Fecundo, en que como activista y agitador fue inclemente, brutal y muy poco compasivo. Que se caracterizó por usar palabras fuertes en un tono descomunal, siendo irreverente y hasta irrespetuoso con el contrario, al extremo de hacerle perder el juicio. Ambos sectores, tanto la derecha como la izquierda, le tenían terror, comentaba una psicóloga que le conoció muy bien. Pero no fue su carácter extremo el que le causara trastornos mayores a don Fecundo, fue su propia gente la que por celos de liderato basados en concepciones retrógradamente clasistas lo marginó, lo aisló, cortándole las alas y el movimiento, su gente misma prefirió levantar y sostener las falsas acusaciones y calumnias que sobre su integridad se decían, logrando por causas del miedo a la verdad, lo que no pudo lograr en él la extrema derecha, callarlo, silenciarlo de forma casi permanente mediante la marginación total. A partir del descrédito a que fuera sometido, consecuencia del falso rumor y de la mentira, fue rechazado por todos. La derecha lo perseguía y rechazaba, pues se alegaba que don Fecundo era un peligroso “dinamitero”, mientras que la izquierda lo rechazaba, pues les fue más fácil hacerle caso a los falsos rumores, en vez de entender y aceptar que don Fecundo no era un vil “traidor” y menos un agente del Estado. La burocracia izquierdista se negaba a creer que ambas mentiras fueron inventadas por la incapacidad para pensar de sus contrarios, pues ambos sectores sabían que don Fecundo jamás vio una bomba en su vida y tampoco llevó a efecto ni hizo pacto vergonzoso alguno con la extrema derecha y menos con el sistema.
Monday, March 24, 2008
Don Fecundo
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